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lunes, 15 de septiembre de 2008

QUIENES SOMOS



LOS FINES DE ADHIF.


RECUPERAR LA CABAÑA GANADERA EN NUESTRAS MONTAÑAS. PARA ELLO ADHIF SE PROPONE COLABORAR CON TODA INICIATIVA: (QUE LA ADMINITRACIÓN FORESTAL, LOS COTOS DE CAZA, GANADEROS Y PROPIETARIOS DE FINCAS), CUYO FIN SEA LA RECUPERACIÓN DEL GANADO EN EL MONTE Y LAS ESPECIES DE HERBIVOROS SALVAJES. COMO MÉTODO MÁS NATURAL Y ECOLÓGICO PARA  LUCHAR CONTRA LOS INCENDIOS FORESTALES.

OTRAS INICIATIVAS DE ADHIF SON: COLABORAR CON LOS GANADEROS EN LA RECUPERACIÓN DE LAS VIAS PECUARIAS, AYUDA A LOS AGRICULTORES PARA EVITAR DAÑOS ETC.

Quienes somos.


SOMOS UN GRUPO DE AMIGOS DE ALICANTE, PREOCUPADOS POR LOS INCENDIOS FORESTALES Y POR LA FALTA DE HERBIVOROS EN NUESTROS MONTES.



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Herbívoros contra incendios forestales


Los pinos plantados sin discontinuidad, en zonas quemadas de siempre para que rebrote la hierba, y el declive del pastoreo, que favorece el matorral, han generado una enorme masa combustible en el campo. Al uso del fuego para quemar maleza y rastrojos, se unen barbacoas, basureros, tendidos eléctricos y otras causas de los incendios. Recuperar la función desbrozadora de los herbívoros es clave para luchar contra el fuego.


Por Benigno Varillas
Director de la revista de la naturaleza “El Cárabo”.
Asesor de la “Fundación Félix Rodríguez de la Fuente”.

“Los incendios forestales se apagan en invierno” repetían los abuelos de los pueblos de Guadalajara a los periodistas que reclamaban su opinión, tras el fuego que causó la muerte de once personas en el verano de 2005. La frase caló tanto, que ese otoño el gobierno añadió en los presupuestos Generales del Estado una partida de cinco millones de euros para cooperar con las Comunidades Autónomas en la retirada de ramas, troncos secos y desbroce de matorral en zonas de alto riesgo. Práctica vieja que se ha ensayado y abandonado varias veces porque a base de jornales es ruinoso pretender quitar del campo la vegetación que crece sin cesar. Pero hay quien cree haber encontrado la solución.

En junio de 2006 está previsto que el Gobierno aumente la prima por producción de electricidad con residuos forestales de 2,9 a 4,4 céntimos de euro por cada kilovatio/hora producido. Eso hará rentable recoger los residuos forestales y quemarlos en centrales térmicas. El plan del Gobierno prevé que se pase de los 344 millones de vatios (MW) que se producen ahora con biomasa forestal, a 1.695 MW en el año 2010.

Esa iniciativa puede ser un desastre para la naturaleza española, no sólo por el riesgo de que se pueda eliminar sotobosque en zonas de interés ecológico, para atender la demanda de las instalaciones de producción de energía, sino porque aumentará la presión para autorizar la expansión de los cultivos arbóreos industriales que sustituyen a los ecosistemas tradicionales de la fauna y la flora protegida o impiden su recuperación en zonas abandonadas por la agricultura.

Esta subvención al kilovatio forestal implicará que el precio de los residuos forestales, que hasta ahora se pagaban a un máximo de 18 euros la tonelada, lo que resultaba escasamente rentable, con estas primas puedan pagarse hasta los 30 euros la tonelada, lo que hará atractivo el negocio de enviar biomasa a las centrales térmicas.

De 1940 a 1980 se sembraron con eucaliptos australianos muchos espacios privilegiados de la fauna ibérica, como Monfragüe, en Cáceres, o Sierra Morena, en Andalucía, La Mancha y Badajoz, así como la cornisa cantábrica. Más de tres millones de hectáreas de España fueron destruidas al ser roturada su vegetación natural, aterrazadas las laderas con excavadoras y sembradas con cultivos industriales de pinos y eucaliptos. El plan perseguía sustituir la vegetación de monte mediterráneo y pastizales de medio país por estos cultivos. Si dicho plan se paró en los 3 millones de hectáreas fue por la oposición beligerante de los naturalistas, y porque los cultivos no son tan rentables como lo serán en un futuro inmediato, si las subvenciones se incrementan con las ayudas al kilovatio forestal.


Prevenir, más barato que apagar

Los incendios pueden prevenirse eliminando masa vegetal susceptible de arder. Eso afirmó el presidente Bush, al comentar que “el problema es que hay demasiados árboles”. Se le adjudicó el chiste fácil de proponer talar los bosques para evitar que quemen. Nadie habla de semejante absurdo, sino de romper el todo continuo que forman las masas de vegetación cuando nada les impide crecer, y evitar así los temidos incendios de más de 500 hectáreas. Los bosques deben crecer en mosaicos alternados con pastizales que impidan que los fuegos se propaguen con la fiereza que alcanzan cuando una maraña arbustiva impenetrable les interconecta. Marañas que, por cierto, también debe haber lugar para ellas en zonas donde son necesarias para ciertas especies de nuestra fauna.

Prevenir incendios forestales tiene un coste alto si se hace cuando la biomasa vegetal ha crecido ya tanto que la tarea implica retirar millones de toneladas de matorral y ramas secas. Intentar apagar esa misma pira ardiendo sale también caro. Nos cuesta a los españoles unos 700 millones de euros al año, aportados por las 17 Comunidades Autónomas, que son las que tienen las competencias y la responsabilidad en esta materia, el Ministerio de Medio Ambiente que destina 60 millones de euros al año de los presupuestos generales del Estado, y otras entidades regionales y locales que intervienen en apagar los fuegos cuando se originan.

La comunidad autónoma de Andalucía dedica 111 millones de euros al año a la lucha contra incendios; la administración autonómica de la Comunidad de Valencia 73; Galicia, en la que se originan unos 10.000 incendios cada año –más de la mitad de los que se provocan en España– dedica 35; Castilla La Mancha, 38. Los incendios le cuestan al año 30 millones de euros al Gobierno regional de la Comunidad de Madrid. Y cuando hay vidas humanas por medio ya no se habla de costes, sino de situaciones inadmisibles.

A estos gastos fijos y crecientes hay que añadir otros, como el aprobado el 20 de enero de 2006 por el Gobierno para crear la Unidad Militar de Emergencias, que dirigirá el general Fulgencio Coll, con 19 helicópteros de transporte y 9 aviones de lucha contra incendios que serán comprados por el Ministerio de Defensa, con un presupuesto de 903 millones de euros. Los 4.310 militares que integrarán esta unidad estarán desplegados en las bases de Torrejón (Madrid), Morón (Sevilla), Bétera (Valencia), Zaragoza, San Andrés de Rabanedo (León) y Gando (Las Palmas).

Al contribuyente español le salen caros los medios aéreos de lucha contra el fuego. Hay 150 bases activas en verano. Sólo el Gobierno central moviliza 62 aeronaves, entre hidroaviones de Defensa y helicópteros contratados a empresas privadas. «La extinción de incendios sigue siendo la principal fuente de trabajo de estas empresas», declaraba al diario El Mundo el pasado verano Marino Aguilera, presidente de la Asociación de Pilotos y Técnicos de Mantenimiento de Helicópteros (Aphytel).


Tres luchas contra el fuego: apagar, roturar y pastar

Hay, pues, tres posibilidades ante los incendios forestales. La predominante, que es invertir cada vez más recursos en avionetas, helicópteros y camiones de bomberos para intentar apagar los fuegos que se producen. Otra, emergente, que es dejar que la vegetación crezca su potencial, anticipándose luego al incendio roturando y quitando con maquinaria y operarios el máximo posible de la masa vegetal arbustiva, o las ramas y las cortezas procedentes de la tala de los cultivos arbóreos, transformando la biomasa forestal en energía eléctrica. Y una tercera, menos costosa y muy eficiente, que es impedir que la vegetación crezca por doquier y sin control.

Ésta última implica potenciar un modelo de gestión del territorio con animales herbívoros –sean domésticos o salvajes– que evite que la vegetación prospere allí donde no interesa. La opción de los herbívoros es la estrategia que la naturaleza inventó en el origen de los tiempos para prevenir el problema. Lo que no implica que no haya que utilizar también, aunque con mucha menos intensidad, las dos primeras citadas.

En un clima mediterráneo como el nuestro, donde la vegetación sufre en el verano una sequedad extrema, cada año caen un millar de rayos que provocan incendios de la vegetación durante las tormentas con aparato eléctrico. Los pastos rebrotan, prosperan los animales herbívoros y, tras ellos, los carnívoros. Se genera así esa pirámide trófica, ese bullir de especies que tanto asombra en la sabana africana, con la que tan emparentada está la dehesa de encinas y alcornoques mediterránea.

La presión de los fitófagos mantienen a raya la vegetación, dotada de poderosos mecanismos evolutivos para sobrevivir al fuego y a la siega a diente en esa eterna lucha por la supervivencia. En dehesas y sabanas, los fuegos originados por los rayos son livianos, porque la masa combustible es escasa. El fuego veloz y superficial de la hierba seca no daña la vida del subsuelo, se consume pronto, y no alcanza altas temperaturas ni llega a las ramas de los árboles ramoneados por los fitófagos, para qué hablar de su nulo impacto sobre los árboles que han desarrollado mecanismos de defensa con gruesas cortezas, como el alcornoque.

Desde el Paleolítico hasta hace bien poco, no mucho más de mil años, eran los bisontes europeos, los uros, los machos monteses, los conejos, los ciervos, los corzos, los rebecos y otros fitófagos salvajes los que en el suelo ibérico mantenían a raya a la vegetación y segaban los pastizales a diente. Hasta que se consumó el proceso por el que el hombre empezó a sustituir en esa función a la fauna silvestre por su ganado doméstico. Vacas, cabras, ovejas, caballos y cerdos se encargaron de forma progresiva de segar la hierba, comerse las bellotas y otras semillas y ramonear las hojas bajas de los árboles y los arbustos.

Ese proceso de humanización del campo, de domesticación del agro, de agricultura y ganadería extensiva, alcanzó su apogeo en España en la primera mitad del siglo XX e inició su declive a partir de 1950, con el avance de la sociedad industrial y la cría estabulada de la carne y de la leche a partir de piensos compuestos cultivados con gran despilfarro de agua y de energía fósil, necesarios para la producción de fertilizantes químicos, pesticidas, regadíos y la mecanización del campo.

Es importante señalar que los que salieron perdiendo con el avance del ganado doméstico que pasta libremente en el campo, en régimen extensivo, fueron los animales herbívoros salvajes, pero no los depredadores carnívoros, como el lobo, el oso, el lince, el zorro, el gato montés, la marta, la garduña, las águilas o los buitres, que se adaptaron a esa substitución de los fitófagos salvajes por el ganado doméstico, de modo que sobrevivieron y se adaptaron al cambio. Sólo la generalización del uso de las armas de fuego, y las campañas de exterminio de la fauna carnívora que se decretaron a mediados del siglo XX, pudieron reducirlos, hasta llegar a las escasas poblaciones, hoy en peligro de extinción, que han sobrevivido hasta nuestros días en los parajes más marginales y alejados.


Un vacío de herbívoros sin precedente en la historia de la Tierra

El mundo rural está en la encrucijada tras los recortes presupuestarios que anunciaron el primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, al término de las negociaciones sobre los próximos presupuestos de la Unión Europea, el pasado mes de diciembre de 2005. Igualmente, son preocupantes los cambios que impulsa la Organización Mundial de Comercio (OMC), que celebró su última ronda de reuniones también el pasado mes de diciembre, en la ciudad china de Hong-Kong.

Si en 2012 se reducen las primas al ganado, España entraría en una situación sin precedentes. Gran parte de la cabaña ganadera que pasta en las sierras y las montañas más abruptas desaparecería en pocos años, al no ser rentable el ganado extensivo en zonas marginales. No hay datos precisos sobre el número de animales que pastan en extensivo, pero en un cálculo aproximado, estamos hablando de cerca de 5 millones de vacas y toros; unos 20 millones de ovejas; 2,8 millones de cabras y 300.000 caballos, mulos y asnos; en total 30 millones de animales, que equivalen a 30 millones de desbrozadoras de cuatro patas que no consumen gasoil. Una ingente cantidad de herbívoros que siegan a diente en régimen extensivo, es decir, no encerrados en un establo ni alimentados de forma artificial, como lo están los otros 90 millones de animales estabulados en las granjas intensivas de nuestro país (millón y medio de vacas frisonas y de otras razas de leche; 24 millones de cerdos; 47 millones de gallinas y 16 millones de conejos).

Una fauna doméstica que en su día sustituyó a la salvaje y que si ahora se redujera, al desaparecer las primas al ganado, habría que estudiar la manera de reponerla, de que el territorio no quede despoblado de herbívoros, sean domésticos o salvajes. Los salvajes permitirían esa economía multifuncional, basada en la conservación de fauna amenazada; el desbroce de matorral para evitar incendios; el turismo de la naturaleza y la caza, además de producir carne y pieles, que podría ser la única que haga cuadrar las difíciles cuentas para hacer rentable el mundo rural marginal.

Sin embargo, no se sabe de ningún plan para restaurar la fauna herbívora. El sustituto del que sólo se oye para controlar el crecimiento de la vegetación, parece que son solamente las desbrozadoras mecánicas a motor, máquinas que se lleven el matorral por delante para luego quemarlo en centrales térmicas que producen electricidad.

Sea en centrales térmicas, una vez crecida, o con herbívoros, que la impidan crecer, la vegetación debe ser controlada, porque si de repente se eliminan esos 30 millones de animales que pastan en el campo español, los miles de millones de toneladas de biomasa vegetal que crecerían y se multiplicarían de forma explosiva, harían que la dantescas imágenes de los incendios de Portugal del verano de 2005 se queden en un pequeño anticipo de lo que nos espera en grandes extensiones de la península Ibérica.

El fenómeno hace tiempo que se inició, pero no por merma del ganado, que por la política de ayudas a la ganadería sigue siendo casi el mismo que antaño, sino por la desaparición de los pastores. Se calcula que desde los años sesenta a hoy, la superficie de matorral sobre antiguos pastos y campos de cultivo puede haber aumentado en más de tres millones de hectáreas, de las cincuenta que tiene España.

Aunque la cabaña ganadera de extensivo sigue siendo numerosa, su composición es ahora distinta, con un incremento notable del ganado vacuno –más fácil de dejar sola en el monte– en detrimento del ovino o el caprino, que requieren la presencia permanente de pastores profesionales. Pero éstos cada vez son menos y más viejos. Los que quedan son ya en su mayoría “ganaderos absentistas”, es decir, que dejan las vacas sueltas en el monte y se van con su todo terreno a la ciudad o a otros quehaceres.

Las vacas son más exquisitas que otros herbívoros y no comen todo tipo de plantas. Si detrás de ellas no van las ovejas y las cabras, o el pastor con su azada o la hoz, muchas plantas arbustivas pueden desarrollarse, gracias a que dejan de ser segadas. Esto explica porque ha aumentado la matorralización de los pastizales de las sierras y montañas españolas, aunque el número absoluto de cabezas de ganado no haya disminuido en la misma proporción.

Hay quien cree que con el final de la población rural en zonas marginales la naturaleza quedará tranquila y volverá a ser lo que fue. Pero están tan equivocados como quienes hace medio siglo se plantearon la política forestal. El Banco Mundial dictaminó entonces que el futuro de la ganadería pasaba por la estabulación en los fondos de valle y la sustitución en ellos de nuestras razas autóctonas de carne por especies centroeuropeas de leche, caras, delicadas, poco montaraces, pero productivas a base de piensos compuestos importados en buena parte de Estados Unidos.

Se equivocaron quienes pensaron que en las sierras españolas no quedaría ni un pastor ni una cabra; que sólo permanecerían sus plantaciones de pinos y eucaliptos para producir madera, con los que se llenó de cultivos arbóreos tres millones de hectáreas del territorio español. Un grave error de cálculo, el creer que se podría erradicar a los pastores que secularmente pegaron fuego al matorral para intensificar el rebrote de tallos tiernos para su ganado.

Se produjo sí, la migración humana más grande de la historia de España, pero el mundo rural no se vació como algunos esperaban. Donde antes había cien familias de pastores con diez vacas, se pasó a diez pastores con casi cien vacas cada uno. Quedaron pocos, pero se expandieron, ocuparon el hueco dejado por los demás.

El número del ganado podrá ser el mismo, pero con poca gente no es posible ir tras él, controlar las zarzas, las escobas, arreglar los muros secos y los caminos y, en definitiva, ocupar con la misma intensidad y esmero el territorio que va quedando vacío. Los solitarios amos y señores de cada valle, no pueden atender y administrar los montes como lo hacían cuando el territorio estaba poblado por muchos brazos que trabajaban sin cesar. No es lo mismo administrar los montes entre cien familias numerosas de las de antes, que hacerlo con diez flacas familias de las de ahora, con escasos jóvenes que encima no quieren saber nada de la actividad de sus padres y sólo piensan en encontrar su oportunidad para abandonar el pueblo.

Antiguamente se mantenían los pastizales limpios con la siega a diente del ganado pero también con la acción continua del pastor. Si surgía una mala hierba que no comieran las vacas, las ovejas o las cabras, se erradicaba de un golpe de azada, que se tenía a mano como en el trópico se lleva el machete. Pero más de tres millones de personas abandonaron el campo español desde 1960 para buscar nueva vida en las ciudades. Ahora, pocos y desmoralizados los que quedan, no dan abasto. Los pastores ven cómo la degradación de los antiguos pastizales avanza día a día y les rodea. El matorral surge por doquier. El ganado sube al monte sin pastor y sin mastines. Los jabalíes y los corzos prosperan hasta ser plaga, y detrás de ellos los lobos.

La pérdida de densidad de la población humana hizo que los que quedaron se vean a si mismos solos y abandonados, y tiren más que nunca de los métodos expeditivos para controlar la invasión del matorral. Así fue como en los años noventa se inició el aumento paulatino de los incendios forestales y agrícolas y el uso de los venenos para matar a los animales salvajes que proliferan en el matorral y dañan cultivos y pastizales.

Las soluciones que adoptan muchos ganaderos y propietarios de fincas son –por ilegales que se declaren– el cerillazo para combatir al matorral y deshacerse de la materia seca sobrante, y los lazos y el veneno para combatir a los depredadores.

Los incendios y el uso de venenos, problemas graves que tiene hoy la naturaleza en España, se han disparado. De los 1.920 incendios forestales que se produjeron de media en España en la década de los años sesenta, que afectaron a una media 52.054 hectáreas cada año, pasamos a 4.595 siniestros/año de media en los setenta, con una media de 90.547 hectáreas/año afectadas; a 7.190 en los años ochenta, con 263.017 hectáreas/año quemadas; a 12.913 por año en la década de los noventa, con 203.032 hectáreas/año quemadas y una media anual de 20.000 incendios y 150.000 hectáreas/año quemadas en los que llevamos de la década presente.

La explicación de que cada vez haya más conatos de incendios pero no aumente en la misma proporción la superficie quemada, es porque como solución al problema, se habilitó un inmenso parque de bomberos que vigila sin cesar para apagar cualquier intento de quema de matorral. Curiosamente, eso provoca con el tiempo una acumulación de biomasa vegetal de tal calibre que en un momento dado ya no hay quien apague las llamas. Es cuando se originan esos incendios gigantescos que sólo se acaban cuando el fuego ha consumido lo que estaba a su alcance. De ahí que muchos digan que la extinción de los incendios pequeños sea la culpable de los grandes. La novedad de los últimos años es el notable incremento de los temidos incendios de más de 500 hectáreas, es decir, enormes superficies afectadas por un solo fuego.

En 2003, de un total de 9.922 incendios registrados, 5.049 se produjeron intencionadamente para “eliminar matorral o residuos agrícolas” (47,32% de los incendios). Los ganaderos quemando matorral para "regenerar pastos" fueron causa del 24,06% de los fuegos; los pirómanos ocasionaron el 11,90% de los incendios. El vandalismo el 2,08%, para facilitar la caza (2,67%), para ahuyentar animales (1,34%) y venganzas (1,45%).

En esta estadística oficial del Ministerio de Medio Ambiente, no se menciona a los domingueros, que con sus barbacoas y fuegos para preparar comidas campestres originan incendios. De hecho muchos incendios se producen los domingos por la tarde, cuando sus causantes regresan a casa dejando cenizas con rescoldos y sin vigilancia a merced del viento.

Esos desatinos no tendrían siempre las consecuencias tan graves que tienen ahora, si el campo estuviera con menos materia combustible conectando las masas boscosas y, con ello, fomentando incendios de dimensiones descomunales, cuando no son los mismos cultivos arbóreos de los años sesenta y setenta los que se extienden sin interrupción alguna, como en el caso de muchos pinares y eucaliptales de repoblación.


Hacia una nueva gestión del mundo rural marginal

La Política Agraria Comunitaria y la Organización Mundial de Comercio plantean limitar los subsidios a la agricultura y la ganadería. Eso supone que lo que ahora está amenazado no sea sólo la naturaleza, sino el mundo rural que vive en ella.

En el borrador de la nueva Ley de Desarrollo Rural que está redactando el Gobierno español se prevé la propuesta –aunque ya veremos si hay fondos para que sea viable y se apruebe– de mantener una población de pastores en el monte, con una especie de contratos sociales, de manera que sus rentas devengan de mantener el paisaje además de la alta calidad de su escasa producción y de aspectos de interés común, como la prevención de los incendios.

Falta hará apuntalar tales propósitos con ingresos añadidos, porque sólo con lo que puedan aportar los prepuestos generales, una vez aplicados los recortes de las ayudas actuales, y los ingresos por la carne el queso y otros elementos que de forma artesanal se producen en cantidad escasa, mucho nos tememos que no llegue para gestionar adecuadamente los territorios de economía deprimida marginales o no rentables, que suponen la mitad de la superficie de nuestro país.

Para evitar la matorralización de España y que ésta se convierta cada verano en una pira nacional, así como para evitar la extinción de las especies depredadoras, la mayoría protegidas, que sucumbirían ante un derrumbe rápido de la ganadería, por no dar tiempo a una recolonización natural de los fitófagos salvajes, el campo necesita fijar y recuperar poblaciones humanas en zonas rurales marginales dispuestas a gestionar rebaños de herbívoros, sean domésticos o salvajes, pero que se coman y transformen la vegetación en carne y no que ésta prospere para acabar ardiendo.

Lograrlo requiere que salgan las cuentas pero, más aún, que haya un modelo de desarrollo rural atractivo para las nuevas generaciones. No bastará el dinero para lograr que alguien se interese por vivir y trabajar en zonas apartadas. Se requerirá que puedan disponer de los servicios y las comodidades que hagan viable esa opción de vida y, sobretodo, de que dicha actividad conlleve el prestigio social y el éxito profesional al que aspira hoy en día toda persona moderna, culta y preparada.

La población rural actual está envejecida. Son ya pocos los jóvenes que quedan en nuestras montañas. Aún suponiendo que no se retiraran las primas al ganado, es más que probable que la ganadería se derrumbe en un plazo de cinco a diez años por envejecimiento de la población rural, cuando el 95% de los que hoy habitan en las zonas rurales marginales, tengan de 65 a 70 años para arriba.

Hay que entusiasmar a una nueva generación para recolonizar las zonas marginales. No bastará con ofrecer ingresos por cuidar vacas y ovejas. Es necesario un proyecto capaz de interesar a sectores jóvenes, dispuestos a dedicarse al campo si es para, además de recuperar el patrimonio cultural del mundo rural, producir biodiversidad y liderar una corriente cultural de vanguardia, como lo es la conservación de la naturaleza y la biodiversidad.

La famosa soledad del campo no existe. Una persona aislada en el paraje más recóndito con la misión de escalar en solitario el Everest o el Kilimanjaro por primera vez, no se siente sola, por mucho que el ser humano más cercano esté a cientos de kilómetros. Un investigador, un conservacionista, no se sienten para nada solos en medio del desierto o de la selva, cuando están desempeñando una tarea en la que saben concentrada las mentes de miles de personas, que esperan ansiosas el éxito de su misión. Existe la soledad del alma, que no se quita por meterse en medio del bullicio, aunque la sociedad moderna así lo crea. Los pastores se consideran solos y abandonados no porque se vean obligados a vivir en lugares remotos, sino porque se sienten desconectados de la modernidad.

La Política Agraria Comunitaria, la PAC, hace tiempo que intenta buscar una solución al declive del mundo rural marginal, invocando la misión que éste tiene en la conservación del paisaje, la naturaleza y el medio ambiente. Pero esta filosofía no se ha traducido hasta la fecha en acciones concretas que rompan la paradoja de que unos produzcan biodiversidad y otros la conserven luchando contra los que la producen.

El conservacionismo ha usurpado al mundo rural la parte bonita, y la más rentable, de su actividad. Bien es verdad que fue un hurto necesario. El mundo rural siempre ha producido –al alimentarlos con sus rebaños y sembrados– a los depredadores que se adaptaron a comer carroñas de vacas en lugar de carroñas de bisontes; de cabras, en lugar de machos monteses; de ovejas, en lugar de ciervos y rebecos; de cerdos, en lugar de jabalíes o de caballos domésticos en lugar de caballos salvajes. Pero a continuación de producir o favorecer la fauna silvestre, procedían a su persecución a muerte.

Tuvo que producirse el nacimiento de las sociedades postindustriales para que lo que antes era una alimaña ahora sea una especie emblemática protegida e intocable. Llevamos apenas tres décadas desde que surgió este nuevo fenómeno y ha sido normal que en ese tiempo el mundo rural no entendiera que al igual que lo valioso de su explotación no es la hierba sino la carne de la oveja que la pasta, lo valioso de la oveja no es su carne sino los oseznos que nacerán si la osa logra comerse una carroña de oveja en el momento que necesita estar rolliza para criar.

Si la oveja, la cabra y la yegua, además de ser parte de la cadena trófica de las especies protegidas –para cuya conservación hay recursos económicos– sirve para mantener a raya los incendios forestales, para los que si hay mucho dinero disponible para apagarlos, veríamos como empiezan a salir las cuentas de la viabilidad de producir biodiversidad en lugar de aniquilarla

El modelo se puede perfeccionar, por ejemplo por quienes se planteen acabar con el fraude que supone la publicidad de los paraísos naturales que se anuncia en los parques nacionales y naturales, para luego enviar a los pobres visitantes de las ciudades, sedientos de naturaleza, a ver paisajes vacíos de fauna, llenos de letreros de prohibido el paso, en lugar de facilitarles ver los osos, los lobos, los linces y los corzos que les gustaría acechar pululando por el campo.

Bastaría con gestionar adecuadamente sus explotaciones dedicando los territorios necesarios para que prosperen las especies salvajes en ellas y puedan ser visibles con un manejo inteligente de las carroñas y los puntos de agua. Veríamos entonces cómo el turismo de la naturaleza y el cinegético, podrían ser ese elemento de un desarrollo sostenible que permita que, junto a los productos tradicionales, haga cuadrar las complicadas cuentas del mundo rural marginal.

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LOS BOMBEROS PERMANENTES EN EL MONTE, METODO NATURAL Y MÁS BARATO DE LUCHA CONTRAL LOS INCENDIOS.


Ilustración 1 CABRAS EN EL MONTE DESBROZANDO EL PASTO



Ilustración 2 ARRUI DESBROZADORAS EN EL MONTE.


Ilustración 3 MUFLONES SALVAJES, UNA DESBROZADORA EN EL MONTE.















LOS METODOS MECANICOS DE ELIMINACIÓN DE PASTO Y COMBUSTIBLE, MAS CAROS Y AGRESIVOS AL MEDIO AMBIENTE.


Ilustración 4 DESPUES DEL TRUTURADO EN UNA ZONA DE ENCINAS



Ilustración 5 TRITURANDO RESTOS FORESTALES


Ilustración 6 DESPUES DEL TRITURADO MECANICO EN UN PINAR

1 comentario:

  1. CURIOSIDADES DE NUESTROS HERBIVOROS: La denominacion de venado procede del latín venatus (accion de cazar,producto de la caza) y se aplicaba primitivamente a cualquier animal de caza, aunque posteriormente su uso se restringio para referirse al ciervo.

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